Desde que tengo memoria, la cocina ha sido el centro de mi vida. No solo como espacio físico, sino como lugar emocional. Una cocina donde se compartían secretos, recetas, risas, aromas, y donde el tiempo parecía detenerse para dar paso a algo más profundo: la conexión humana a través de la comida.

Mi historia comienza mucho antes de que yo cogiera por primera vez una cuchara. Mi bisabuela regentaba un mesón en A Coruña en los años 40, cuando ser mujer y empresaria era una hazaña en sí misma. Mi abuela, con sus manos sabias y su intuición innata, convirtió la cocina en una extensión de su alma. Y mi madre, gran cocinera y mi mentora, me enseñó no solo a cocinar, sino a sentir lo que hay detrás de cada plato.

Mi abuelo fundó una cervecería y un restaurante familiar, donde mi padre era gerente. Yo crecí allí, correteando entre mesas, oliendo caldos a fuego lento, viendo pasteles subir en el horno, y observando con fascinación al cocinero Jorge, con quien comparto nombre y muchos de mis primeros aprendizajes.

Entre harina, pescado fresco y fogones encendidos, descubrí que cocinar era mucho más que preparar comida: era cuidar, celebrar, recordar. Era poner el alma en algo efímero y convertirlo en eterno a través del sabor.

Después de más de 12 años de trayectoria profesional en diferentes cocinas, he vuelto al origen con una mirada propia. Mi cocina es un homenaje a todo lo que viví, a quienes me enseñaron, y a los productos que hablan por sí mismos.

Tradición y contemporaneidad, respeto por el producto, técnica, estética y emoción.

Hoy, a través de mi proyecto Tomé Chef busco no solo alimentar, sino emocionar. Crear experiencias memorables que honren mi historia y la conviertan en parte de la tuya.

Porque cocinar no es solo dar de comer, es contar una historia, y la mía comienza en una cocina familiar y continúa en cada mesa que tengo el privilegio de vestir.